El problema de los estados considerados premodernos es económico, no es la supuesta falta de control por otros estados desarrollados. El tercer mundo no tiene mercado suficiente para vender sus mercancías, y su mayor público consumidor, su población autóctona, tiene bajísimos ingresos. Millones de jóvenes en cada país subdesarrollado pasan parte de su vida sin oportunidades de trabajo; quien considere que mecanismos represivos directos o sutiles sirven como represa para contener a toda esa cantidad de personas que reciben a diario el bombardeo mediático, que los empuja a desear la vida que disfrutan los habitantes de los estados posmodernos está o equivocado o pretendiendo tapar el sol.
La falta de mercado tiene su principal causa en el atraso, al capitalismo tardío de estas sociedades, que en pleno proceso de formación quedaron atrapadas económicamente por el capitalismo desarrollado, dueño del mercado internacional por ser productor de la casi totalidad de bienes requeridos. Hasta hace pocas décadas, sociedades eminentemente agrícolas “competían” con economías que tenían varios siglos siendo desarrolladas.
Por qué digo esto, por las siguientes palabras escritas por Robert Cooper: “Gobierno débil significa desorden y éste significa inversión decreciente. Todas las condiciones para el imperialismo están allí, pero tanto la oferta como la demanda de imperialismo han desaparecido. Y todavía un mundo en el cual el eficiente y el bien gobernado exporten estabilidad y libertad parece eminentemente deseable.” El papel de los países desarrollado ha consistido en ponerse de espaldas al subdesarrollo. Sino miremos las noticias que nos llegan en estos días sobre Somalia, donde decenas de miles de personas mueren de hambre a la vista de todos y el desarrollo gastando cientos de miles de millones de dólares anuales en armamentismo, para mencionar un solo renglón capitalista conocido por algunos economistas como crecimiento parasitario.
Pero una de las citas más penosas del análisis de Cooper es la siguiente: Si los sindicatos de la droga, el crimen o el terrorismo utilizan bases premodernas para ataques contra las partes más ordenadas del mundo, entonces los Estados organizados deben tener que responder. Si se transforman en demasiado peligrosos para ser tolerados por los Estados establecidos, es posible imaginar un imperialismo defensivo. No hay que explicar que el narcotráfico, como la venta de armas -legales e ilegales- no pertenece a los países sudamericanos, la realidad es que estos países entran al negocio sucio encabezado por la gran oligarquía financiera internacional establecida principalmente en los Estados Unidos. Los estados nacionales pobres no son los grandes beneficiarios de los más de 300 mil millones de dólares que mueve el narcotráfico a nivel mundial. El origen del peligro al que usted, señor Robert Cooper se refiere, hay que buscarlo en otro lugar: donde hay un gran negocio, observemos a los grandes beneficiarios.
La necesidad de orden y de fuerza no debemos alentarla con esas razones manidas, debemos emplear las energías para observar un mundo que debe interconectarse bidireccionalmente, encaminarnos a una globalización real, participativa, en el cual sea prioritario desarrollar los medios de producción de las economías atrasadas y flexibilizar las cuotas de mercado. Fijémonos que en el sistema actual, una sola persona puede tener más riqueza que la mayoría de estados subdesarrollados. Por mucha teoría que apliquemos, los países subdesarrollados serán un problema para la estabilidad global si no apreciamos estos puntos básicos que mencionamos. Pero que lamentablemente son los más difíciles de ceder.