sábado, 11 de febrero de 2012

Entrevista A Quine...




Por David Pineda Oliva y Joan Pagés Martínez

Parece que la filosofía de nuestro tiempo se halla escindida en dos grandes líneas de pensamiento aparentemente irreconciliables: por un lado, la filosofía analítica, predominante en Estados Unidos, Gran Bretaña, el norte de Italia y Alemania; por otro lado, la llamada filosofía europea o continental, con una mayor influencia en el resto del Viejo Continente. ¿Qué diferencias hay entre ambas?

Sí, es cierto, parece que existen esos dos polos: la filosofía analítica y la filosofía europea, más tradicional, que se remonta al idealismo post kantiano. No estoy muy versado en el idealismo europeo. Ahora bien, en primer lugar, el término "filosofía analítica" se aplica a diversas tendencias y posiciones, si bien todas ellas comparten un amplio espíritu científico, el cual presenta dos caras. La primera está relacionada con una cierta lexicografía de términos abstractos, el análisis de los conceptos más básicos que conciernen a la filosofía, como materia, causa, realidad. En la otra cara encontramos el análisis lógico del método científico, que hace un amplio uso de técnicas lógico-matemáticas. Así es que la actividad de la filosofía analítica está orientada por un espíritu científico y no pocas veces cristaliza en trabajos de categoría científica.

Por otro lado, me da la impresión de que la llamada filosofía europea, en contraste con la filosofía analítica, está animada no tanto por ese espíritu científico como por un espíritu más bien literario.

¿Cree usted posible aumentar la comunicación entre estas dos corrientes? ¿Lo cree deseable?

Creo que hay pocas esperanzas de aumentar esa comunicación y veo poco interés en ello, porque para mí la filosofía analítica es una actividad continua con la ciencia. Sin embargo, la filosofía europea, que aspira a un enriquecimiento más figurativo y menos articulado del espíritu humano, lo que hace es oscurecer y confundir la imagen o modelo científico de la realidad, que es el que precisamente persigue la filosofía analítica, en tanto que introduce en el análisis constante elementos irrelevantes y que no vienen al caso.

El panorama de su evolución intelectual parece revelar una cierta evolución desde unos trabajos iniciales propiamente lógico-matemáticos hacia unos trabajos de corte más filosófico; algo parecido a lo que le ocurrió a Bertrand Russell. ¿Qué puede decirnos al respecto?

Bueno, lo cierto es que ya en el "College" (y me remonto a hace más de sesenta años) mi orientación era filosófica, aunque mi principal materia de estudio entonces eran las matemáticas. Poco a poco empecé a interesarme por los fundamentos de la matemática y de ahí por la lógica y la teoría de conjuntos, que es donde residen tales fundamentos. A medida que fueron pasando los años, mi interés por estas cuestiones fue aumentando al ir obteniendo respuestas cada vez más satisfactorias, así que de modo progresivo fui desplazando mi atención hacia las bases de la ciencia en un sentido más amplio y abarcante. En un comienzo, el mío era el más típico de los anhelos filosóficos: llegar hasta el fondo de la realidad, ver lo más cerca posible la verdadera naturaleza de las cosas; en fin, algo que creo que también motiva a los científicos teóricos, especialmente a los físicos.

Usted es un gran defensor del llamado naturalismo epistemológico. ¿Puede aclarar el significado de esta noción?

Lo que motivaba la epistemología tradicional era el deseo de encontrar algo más cierto y seguro que la ciencia misma para, en base a ello, poder fundamentarla. El punto de vista naturalista, no obstante, consiste en que el conocimiento es el conocimiento científico y que no hay ninguno más fundamental en el sentido tradicional. Di tenemos presente que la epistemología, en general, es la teoría del conocimiento, resulta que, desde un punto de vista naturalista, las cuestiones epistemológicas fundamentales —¿qué es lo que conocemos?, ¿cómo lo conocemos?— se convierten en cuestiones a responder dentro del marco científico. No se trata de poner la ciencia a un lado y buscar algo más fundamental, sino de trabajar a partir de la ciencia. Así vemos que, de acuerdo con ésta, el único acceso que tenemos para el conocimiento del mundo es el impacto de éste a través de partículas diversas que impresionan nuestros receptores sensoriales. Así pues, desde el naturalismo, el problema epistemológico es en realidad un problema científico, a saber: qué proceso seguimos para que, a partir del impacto de esas partículas, nosotros de algún modo veamos el camino para elaborar una teoría completa de la naturaleza, una teoría que versa a la vez sobre esas mismas partículas que nos golpean, y también sobre absolutamente todo lo que nos rodea: las estrellas distantes, las nebulosas, etcétera. No se trata, pues, de justificar la ciencia, sino de ver en qué consiste la evidencia científica, es saber cuál es la conexión lógica entre nuestros estímulos producidos por esos impactos que provienen del mundo, y nuestra teoría.

Como acabamos de ver, usted critica la posición fundamentalista en epistemología; pero a la vez se ha tomado posición también contra el escepticismo epistemológico. ¿Cree que puede haber aún razones para sostener alguna de estas dos posturas?

Yo en realidad hago epistemología fundamentalista, sólo que naturalizada. Para mí el fundamento es la estimulación física de nuestros receptores sensoriales y el proceso neurológico que ésta desencadena a través del sistema nervioso.

El modo en que recordamos, respondemos o reaccionamos ante esta estimulación viene determinado en gran parte por una propensión heredada de nuestros antepasados a través del mecanismo de selección natural. Es decir, al ser éstos capaces de percibir las cosas realmente importantes para su subsistencia, lograron tener descendencia, la cual heredó esas mismas propensiones siguiendo, pues, el conocido proceso de evolución por selección natural.

La teoría epistemológica comienza a medio camino en este proceso que va desde el "input" estimulatorio al "output" que es el discurso teórico. Comienza en el condicionamiento de lo que llamo enunciados de observación, tales como: "Esto es una silla", "Está lloviendo", "Hace frío", etcétera. Estos enunciados son una respuesta directa a la estimulación y no dependen de ningún pensamiento o preocupación que se pudiera pensar que les acompañan; están, pues, condicionados de modo directo por la estimulación. De aquí en adelante se trata ya sólo de la conexión lógica entre estos simples enunciados de observación y los sofisticados y elaborados enunciados de la ciencia teórica. La epistemología naturalizada pretende hacer un seguimiento de tales conexiones.

Respecto al escepticismo, sólo reconozco como inteligible aquel que consiste en el miedo a que el éxito científico en la predicción de las observaciones cambie y que nuestras predicciones —parte esencial del modo en que contrastamos las hipótesis científicas— pasen a ser meras conjeturas afortunadas. Sin embargo, tal miedo es infundado, no hay razón para esperar que un desastre de tal magnitud llegue a producirse.

Por otro lado, el escepticismo en un sentido más profundo resulta vacuo desde un punto de vista naturalista, porque es absurdo plantearse cualquier conocimiento más allá de aquel al que aspira la ciencia a través del método científico de predicción e hipótesis.


¿Cuál es la concepción del lenguaje que usted defiende y por qué a la vez ha insistido tanto en cómo de hecho aprendemos el lenguaje?

Veo el lenguaje como algo que ha evolucionado a partir de lo que podríamos llamar conductas de señalización que compartimos con otros animales (piénsese en los gritos y gestos de los simios, por ejemplo). Sin embargo, el hombre tiene una disposición innata al lenguaje que ya no es compartida por otros animales. Una de las manifestaciones de esta disposición innata es el instinto del balbuceo en el niño que va asemejándose progresivamente a los sonidos articulares del lenguaje e invita a un refuerzo selectivo que es lo que inicia su aprendizaje. Así, comienza a aprender el lenguaje, a proferir los sonidos que oye, por imitación, y a aplicarlos correctamente a las situaciones relevantes gracias a este refuerzo selectivo.

Ahora bien, al adquirir el lenguaje adquiere también los conceptos y parte del bagaje de la comunidad lingüística en la que se está integrando. Esta es la razón por la que creo tan importante para la investigación epistemológica entender cómo se aprende, de hecho, el lenguaje.

Esta particular insistencia en el lenguaje tiene su origen en el llamado giro lingüístico, que en mi opinión inició Horne Tooke a finales del siglo XVIII. Tooke criticaba a Locke su continua referencia a las ideas argumentando que todo lo que decía sobre éstas resultaría más claro si se hablara simplemente de palabras. Porque las palabras son algo concreto, que tenemos antes nosotros y podemos analizar; en cambio, la idea de idea es vaga. Además, ¿cómo podemos conocer qué ideas están en la mente de los demás? Sólo a través de sus palabras.

Así pues, aunque no estoy totalmente de acuerdo con Wittgenstein y Carnap en su concepción de la filosofía como mero análisis del uso lingüístico, sí pienso que ésta depende en gran parte de este análisis.

Atender a cómo un niño aprende el lenguaje, por ejemplo, arroja luz sobre la naturaleza del significado, de aquello que en la vieja terminología llamaríamos la naturaleza de las ideas, en el sentido de que investigando sobre el lenguaje nos adentramos en la naturaleza misma del conocimiento, porque es el lenguaje el que activa, en gran medida, el propio conocimiento y porque nos proporciona evidencia sobre él —es el canal por el cual descubrimos lo que alguien conoce o piensa—. En fin, epistemología y teoría del lenguaje van de la mano.

¿Cómo relacionaría usted la tesis de la inconmensurabilidad de las teorías científicas de Kuhn con su propia tesis de la indeterminación de la traducción?

Al contrario que Kuhn y Feyerabend, no acepto la inconmensurabilidad. La evidencia para la ciencia descansa en los enunciados de observación y éstos son precisamente los que podemos traducir de un lenguaje a otro con menos problemas. Se traducen con arreglo al entorno inmediato del nativo. Se elabora una primera traducción para el enunciado y se hacen más observaciones de las ocasiones en las que es proferido, podemos incluso preguntar al nativo en presencia del objeto al que supuestamente el enunciado refiere. Así, estos enunciados de observación se hallan libres de la indeterminación de la traducción. Además, son los que, por otro lado, constituyen la base empírica para la teoría científica. Esta base empírica es un elemento común a las teorías que garantiza su conmensurabilidad.

¿Es hoy en día la unidad de la ciencia un mito o es tal vez una exigencia útil desde un punto de vista pragmático?

Considero el sistema unificado del mundo como un ideal hacia el cual debemos dirigir nuestros esfuerzos. Sin embargo, soy consciente de la crisis que genera la separación existente entre la mecánica cuántica y la teoría clásica de la relatividad. De todos modos espero que algún día se produzca un avance decisivo en el terreno de la física que la resuelva, aunque no sea de una manera absoluta, pues la unificación de nuestra sistematización del mundo es algo gradual. En cualquier caso, pues, me gustaría ver la ciencia más unificada de lo que lo está actualmente. Por otro lado, el descubrimiento de Crick y Watson de la estructura en doble hélice del ADN aclaró considerablemente el mecanismo de la explicación química de la herencia y constituyó un gran paso hacia la unificación de la química y la física, por un lado, y la biología, por el otro, del mismo modo que lo había hecho antes la teoría de la selección natural de Darwin con su reducción de la causa final o propósito a la causa eficiente ordinaria.

Un paso anterior, pero enorme, hacia la unidad hay que atribuirlo a Newton —y en un sentido más amplio a Galileo y Copérnico— por su fusión de las mecánicas celeste y terrestre en una sola. Así, lo que espero es que la próxima sea la que reúna la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad.

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